martes, 5 de noviembre de 2013

Crítica: Thor: The Dark World

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Todos vivimos en una época post The Avengers, algo que sin duda debe dar confianza a Marvel a medida que avanza por la segunda fase de su plan maestro taquillero. Sin embargo, mientras las secuelas se acumulan, hay una elección que se tiene que tomar sobre qué camino seguir, una decisión para alcanzar el tono correcto. ¿Eliges ir por el camino grande con más explosiones, villanos y trajes metálicos como en Iron Man 3 o por el camino sombrío creado por The Dark Knight con más oscuridad, ruina y tragedia?

De manera agradable, la secuela de la película de Thor del 2011 del director Kenneth Branagh retiene el sentido de diversión de su predecesora entrelazando su historia del tipo Tolkien (con unos elfos oscuros planeando la destrucción de los nueve reinos con la ayuda de una sustancia espacial poderosa llamada Aether) y unos interludios sobrios (como un funeral masivo) con algunos elementos graciosos y una deliciosa cantidad de cameos (uno de ellos es inevitable y el otro es inesperado).

Sí, el director de Game of Thrones, Alan Taylor, añade más lodo, suciedad y cielos tristes, sobretodo cuando la acción se desenvuelve bajo las típicas lluvias del viejo Londres. Sin embargo, estos matices son tan estéticos como las prótesis utilizadas para transformar a Christopher Eccleston en el elfo líder llamado Malekith. Llamativo, sí, pero también resulta en una especie de distracción.

A pesar de que la película intenta introducir elementos de tensión, dolor y pérdida, ésta no puede alejarse del propio Thor, una deidad invencible del espacio exterior y dueño del rayo gracias a su martillo volador. Aún así, no es un personaje que se deba tomar demasiado en serio y Chris Hemsworth lo ha interpretado lo suficiente como para saber que hay un equilibrio necesario entre el heroísmo y las bromas, incluso cuando está recuperándose de una crisis y peleando al mismo tiempo contra la fuerte dictadura de su padre Odin, interpretado por Anthony Hopkins.

La verdad es que Hemsworth se siente un poco dejado de lado en esta ocasión aunque difícilmente podría ser de otro modo, ya que una vez más Tom Hiddleston vuelve a unirse a la fiesta. El británico vuelve a ofrecer las mejores líneas como Loki que, habiendo agotado el crédito de chico malo en The Avengers, ahora tiene que jugar el papel de aliado como hermano adoptivo.

Las escenas en las que los hermanos escenifican una fuga con la ayuda de los amigos de Thor o la lucha contra Malekith y sus hombres en las dunas negras de Svartalfheim tienen un brío que levanta la película de su estancamiento en el segundo acto. Es una pena que no haya la suficiente energía en el trato de Hemsworth con la astrofísica Jane Foster (Natalie Portman), cuya única función es la de ser portadora temporal del Aether y de paso regañar a Thor por no haberla visitado en mucho tiempo. 

Malekith tiene sus ojos puestos en La Convergencia, una rara alineación de los nueve reinos que le permitirá adueñarse de ellos de un solo golpe. Lo curioso es que no hay en la película cosas que estén en sintonía similar. El filme va desde espectaculares escenas de pelea y encuentros cómicos hasta reconciliaciones familiares con muy poca preocupación por la forma en que todo se suma.

El final, que involucra a Hemsworth y a Eccleston persiguiéndose el uno al otro a través de diferentes dimensiones, es un ejemplo de ello: una descarga de impresionantes efectos que es tan emocionante de ver como imposible de seguir. Pero, ¿quién se queja? Ya estamos con ganas de ver Guardians Of The Galaxy. 


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