lunes, 10 de febrero de 2014

Crítica: Philomena

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En Philomena, Judi Dench retrata a una terca, y muy católica, señora de edad avanzada proveniente de Irlanda, quien se vio obligada a abandonar a su hijo cuando aún era una adolescente. Uno de los temas principales de esta película de Stephen Frears es el perdón. El papel de Philomena Lee por parte de Dench brilla con el resplandor de una persona serena en su fe a pesar del trato inhumano por parte de la iglesia y el hecho de que te haga creer que su personaje tiene la capacidad de perdonar, brinda a la película un sólido núcleo moral.

La digna actuación de Dench, junto con el guión adaptado por su co-estrella, Steve Coogan y Jeff Pope del libro de 2009 de Martin Sixsmith llamado The Lost Child of Philomena Lee (basado en hechos reales), estabiliza una mezcla volátil de ingredientes. En manos menos seguras, la película pudo haber sido un drama empalagoso y poco sólido. 

Philomena tiene varias facetas. Es un filme que sigue el viaje de dos personas, una historia de detectives y una investigación sobre la fe y las limitaciones de la razón. Es tan sofisticado en cuanto asuntos espirituales, que se esfuerza en distinguir la fe de la piedad institucionalizada. 

También tiene un sorprendente subtexto político en su comparación de la opresión y el castigo de la iglesia sobre el sexo fuera del matrimonio, algo que una de las duras madres del convento donde estuvo la protagonista en su adolescencia califica como incontinencia carnal, con la homofobia y la renuencia del gobierno de los Estados Unidos para hacer frente a la crisis del SIDA en la década de los 80. Philomena recuerda sentir que su hijo, incluso siendo aún un infante, crecería para ser gay.

Judi Dench, quien está más acostumbrada a papeles de figuras femeninas autoritarias, sabe exactamente qué tan lejos empujar la ternura inherente de su papel sin caer en una broma. Su Philomena, a pesar de su puritanismo superficial, tímidamente confiesa que tiene recuerdos felices, libres de culpa del asunto amoroso que la hizo meterse en problemas. Aún más sorprendente, es que profesa una aceptación de la homosexualidad. Su ecuanimidad sobre el tema puede ser un poco exagerada dada su edad y su entorno, pero su espíritu independiente sugiere que tal actitud no está más allá del reino de lo posible.

La joven Philomena, interpretada por Sophie Kennedy Clark, se embaraza en 1952 y es enviada a un convento en Roscrea, Irlanda. Ahí pasa "esclava" varios años haciendo mano de obra en la lavandería como castigo y compensación a las monjas que cuidaron de ella durante el parto. Estas lavanderías en los conventos, que parecen más como cárceles, es a donde los padres avergonzados mandaban a sus hijas desobedientes y fueron tema de la película del 2002 de Peter Mullan, The Magdalene Sisters.

Las jovenes que ahí conviven, pueden ver a sus hijos solo una hora al día y Philomena es obligada a firmar un contrato en donde acepta nunca investigar el paradero del suyo. En la escena más angustiosa de la película, se le observa mirar desde una ventana del convento como es que su hijo, Anthony, es llevado en un coche por una acaudalada pareja estadounidenses. El niño de 3 años de edad había sido vendido por 1,000 libras.

Cincuenta años después, Philomena, a sus setenta y tantos años, conoce a Martin Sixsmith (Steve Coogan), quien alguna vez fue corresponsal en el extranjero para la BBC y que ahora está obligado a ganarse la vida con las tareas del periodismo independiente. Martin, siendo cínico y ateo, convence a una Philomena inicialmente reacia a cooperar con él para escribir un artículo de revista sobre su historia. Cuando ambos visitan el convento, se les informa fríamente que todos los registros de la época fueron destruidos en un incendio.

La película amplía su enfoque cuando el trabajo detectivesco de Martin revela el probable paradero de Anthony, quien trabajaba para el gobierno de Reagan. Philomena insiste en acompañarlo cuando él decide volar a Washington. El filme no puede resistirse a la búsqueda de la comedia en este dúo poco probable. Philomena, una devota de las novelas románticas, prueba la paciencia de Martin al contarle las tramas de las libros que lee o, en lugar de visitar el Monumento a Lincoln, prefiere ver la película Big Momma’s House en la televisión del hotel. Martin es arrogante y raya en lo tosco en su búsqueda de la historia, con Coogan haciendo un trabajo impresionante al silenciar sus instintos de comediante al pintarlo como alguien intimidante.

A pesar de que existen momentos improbables y cambios bruscos de ritmo y tono, Dench y Coogan sostienen la película juntos y empujan hacia adelante una historia que termina donde comenzó. Al dar el mismo peso al escepticismo de Martin y a la fe de Philomena, la cinta se las arregla para tener su propio pastel y comérselo. 


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